ANTECEDENTES HISTÓRICOS SOBRE EL
VALOR TERAPÉUTICO DEL ARTE
El origen del gesto artístico remonta, como se diría en un cuento, “a la
noche de los tiempos”… Según los paleontólogos hace aproximadamente un millón y
medio de años, nuestros ancestros Homo desarrollaron usos rudimentarios de pigmentos minerales para marcar los
cuerpos de sus muertos, probablemente ante el asombro que les causaba el paso
de la vida a la inercia de la muerte. Las pinturas rupestres y estatuillas, que
todos conocemos como la prehistoria del arte, son muy posteriores, fechadas de
hace unos 30.000 años. Conviene resaltar que usualmente decoraban las cuevas
reservadas a un uso comparable al de santuario, donde estaban guardados los
muertos, enlazando otra vez las manifestaciones artísticas con una conciencia
de la finitud, seguramente como una forma de respuesta ante un gran misterio y
probablemente también ante un gran miedo.
La evolución biológica del cerebro humano fue así marcada por el
surgimiento progresivo de las funciones simbólicas y espirituales, como
recursos que la selección natural mantuvo y perfeccionó con el paso del tiempo,
ofreciéndole al ser humano herramientas valiosas para aprehender mejor la
realidad compleja de su entorno, haciendo posible la representación y mejorando
la comunicación. El reputado investigador de neurociencia, neurología y psicología
Antonio Damasio insiste en que las artes, más allá de las habilidades de los individuos
más capacitados, habrían perdurado en todos los humanos sobre todo por su valor
terapéutico.
En la antigua civilización griega, cuna de la nuestra, se seguía haciendo
referencia al poder curativo del arte, asociándolo a prácticas medicinales y
creencias religiosas. Los muchos siglos que pasaron hasta el XXI tecnificaron
considerablemente la atención a la enfermedad y al sufrimiento, mejorando sin
duda los remedios, pero también reduciendo las personas enfermas a meros
procesos patológicos. En esta consiguiente “deshumanización” y con la
percepción de la muerte como un fracaso de la medicina, el arte, su simbolismo
y su espiritualidad no tenían cabida. Sin embargo las grandes cuestiones
existenciales, que ya parecían asombrar a nuestros antepasados, nos siguen
rigiendo a nosotros y nuestros sistemas sanitarios siguen muy alejados en
general de los recursos más holísticos de salud.
Aunque con varios antecedentes en los ámbitos de la psiquiatría y de la
educación, en la transición de los siglos XIX y
XX, el redescubrimiento del valor terapéutico del arte, volvió a arrancar
en los hospitales británicos después de la segunda guerra mundial, donde ayudó
a víctimas de los horrores bélicos, testigos de infinitos sufrimientos y
muerte, a “decir lo indecible”, buscando la sanación.
¿QUÉ ES HOY EL ARTETERAPIA?
Como disciplina relativamente reciente, el arteterapia es una aproximación psicoterapéutica,
aunque es fundamental considerar que abarca mucho más que la dimensión de la
psique. En efecto, destaca como terapia cuerpo-mente, en la medida en que
involucra la sensorialidad de la percepción, como ineludible paso previo en el
uso de los materiales artísticos.
El cuerpo se vuelve así un verdadero mediador, que puede llegar a
representar un soporte artístico en sí, en la creación personal.
Para el paciente-artista, la fuente posible de bienestar está en el proceso
de la creación artística, independientemente de sus habilidades técnicas y del
resultado estético conseguido. El adentrarse en un lenguaje alternativo
(dibujo, pintura, collage o escultura, aliados a otros recursos artísticos como
cuento, relato, poesía, música, dramatización o movimiento corporal) abre
múltiples puertas hacia la libre autoexpresión y la reflexión. Metafóricamente,
las obras personales se vuelven puentes tendidos entre cuerpo y mente en cuanto
cristalizan de manera tangible la representación de percepciones, emociones y de
un complejo mundo interno subjetivo (Fig. 1). Utilizando otra metáfora, son como espejos simbólicos en los
cuales mirarse, interpretarse y posiblemente transformarse.
El arteterapia se ubica necesariamente en el marco de una relación
transferencial entre paciente y terapeuta, siendo éste un profesional
debidamente formado, entrenado y con supervisión, al igual que en todo proceso
asistencial psicoterapéutico.
El diálogo entre ellos dos y la obra del paciente permite que se establezca
un triángulo terapéutico, imprescindible para que el proceso aporte sus
beneficios específicos más completos. En efecto, la obra realizada adquiere una
existencia independiente y se vuelve así un tercer interlocutor, que suscita
preguntas y ofrece elementos de respuestas.
No importa que autor y espectador no coincidan en “ver” lo mismo en la
obra, lo que importa es el proceso de intercambio con ella. Es particularmente
significativo en el trabajo grupal, en el cual cada uno recibe de la obra un
mensaje acorde a sus propias necesidades y experiencias.
Compartiendo estos mensajes se refuerzan los vínculos entre los miembros
del grupo y con el arteterapeuta que acompaña el proceso.